Una brisa húmeda proveniente del río Ayeyarwady acaricia el rostro a primeras horas de la mañana y arranca un tintineo constante de miles de pequeñas campanillas que cuelgan de los pináculos de los templos de Bagan, en el centro de Myanmar, a 305 kilómetros al suroeste de Mandalay. Más de 2.500 pagodas, estupas y monasterios, medievales en su mayoría, sobresalen entre las copas de los árboles en una extensa llanura de 42 kilómetros cuadrados, apenas poblada, donde a partir del siglo IX floreció el primer reino unificado de Birmania, Pagan.
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