Es muy posible que San Diego no figure en la primera memoria de la imaginería popular sobre Estados Unidos, siempre ocupada por nombres de más lustre como Nueva York, Los Ángeles, San Francisco o Chicago, todos ellos sobreexpuestos a miles de referencias fotográficas, artísticas, literarias y televisivas, y a un conocimiento preventivo aunque jamás se haya puesto el pie en ninguna de estas ciudades. Y es igualmente cierto que esa discreción no es ningún obstáculo para que este destino, a sólo 16 kilómetros de la frontera mexicana de Tijuana, una de las más calientes del planeta, sea una de las escalas más eclécticas y luminosas para cualquier turista o viajero que se mueva por la no menos mítica costa californiana.El sol poderoso del Pacífico, el skyline desde la isla de Coronado, los coloridos híbridos hispano-norteamericanos en bares, restaurantes, edificios y personas; los paseos verdes por Balboa Park o la dolce vita de barrios como Little Italy, al norte de la ciudad, son argumentos sobrados que convierten San Diego en una postal radiante, relajada y de impacto inmediato, lejos del exceso iconográfico y el estrés de Los Ángeles, a poco más de 200 kilómetros por la autopista 5 en dirección norte.
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