Hay ciudades comestibles y ciudades que te digieren. Unas se dejan consumir en porciones. Otras, como Fez, son animales vivos que se tragan entero al visitante. Cuando uno sale de la Ciudad Nueva, construida por los franceses a principios del XX para preservar la medina (y también, de paso, para mantener a los fasíes a buen recaudo entre sus murallas), deja atrás una ciudad masticable y a la europea para ser deglutido por Fès-el-Bali (la Vieja Fez).Las puertas de las murallas, de Bab Guissa a Bab Ftuh, son como bocas siempre con hambre. Y al cruzarlas, uno se convierte en un pedacito de alimento que baja por una enorme garganta, como una célula más circulando -no del todo por voluntad propia- por el laberinto de venillas y arterias de una ballena de metabolismo particularmente acelerado.
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