Esther ama Moscú. Esther odia Moscú. Depende de cómo le pille esa noche. Porque la noche de Moscú (muchos Mercedes y diez millones de habitantes con ganas locas de disfrutar) se mueve frenéticamente. Y Esther, una filóloga que lleva entre Moscú y Madrid un pilón de años, se mueve al ritmo que le marca esa ciudad extraña. 'Lo mejor de salir de marcha aquí es que uno nunca sabe cómo va a acabar'.
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