Qué es más Navarra, ¿el desierto rugoso de las Bardenas Reales? ¿El horror vacui vegetal de Irati? ¿La Ribera del Ebro bordada de espárragos y alcachofas? ¿O los prados sudorosos del Baztán? ¿Es más Navarra el urbanismo ocre y medieval de Olite, los caseríos amorosos de Elizondo o las reciedumbres constructivas de los valles pirenaicos? Difícil de precisar. Pues ahí radica la fascinante realidad de esta región monoprovincial, próspera y variada. Pocos territorios abarcan en tan poco espacio tal disparidad de ecosistemas y semejante diversidad política, histórica y cultural.
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