Perder trenes puede tener ventajas. Llegar tarde obliga a elegir otra vía o a ponerse el primero de una nueva cola. Algo así le ha pasado a Extremadura. La tranquilidad del Cáceres renacentista y la sobriedad de la Mérida romana hacen de estas ciudades lugares extraños, por escasos, uno de los pocos rincones donde uno puede hoy transportarse a otro tiempo. El turismo que llega a Extremadura es sereno, no ha embadurnado las calles antiguas de tiendas de souvenirs y no ha destrozado las vistas abiertas de un paisaje ininterrumpido, rocoso, frondoso, y a veces hasta pantanoso, donde pacen las vacas y los toros.La relación entre las ciudades extremeñas, o los pueblos incluso, y la arquitectura de vanguardia es así, sobria: más de naturalidad y tranquilidad que de espectáculo y urgencia.
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