Escuchar jazz en directo, degustar la cocina casera francesa, tomar una buena copa de vino, andar en bici, pasear por la orilla con el agua casi al nivel de la calle o simplemente arrojar piedras sobre la tranquila corriente, tal como hacía Amélie en este mismo sitio en la película de Jean-Pierre Jeunet. El viejo y cálido canal de Saint-Martin, escondido en los distritos del noreste de París y preservado del turismo masivo, se ha convertido en los últimos años en uno de los principales puntos de encuentro entre los parisienses.Esta estrecha y larga cinta de agua, que discurre a lo largo de 4,5 kilómetros -dos de ellos cubiertos- hasta desembocar en la margen derecha del Sena, está poblada por jóvenes que buscan su agradable y relajado ambiente bohemio.
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