En Praga, la gente no está unida, está reunida. Si uno visita la ciudad en temporada alta de turismo, Praga es sinónimo de demasiada gente, la multitud metiéndose dentro de la multitud, intentando escamotearle al espacio la idea misma de espacio. Podemos tardar cuarenta minutos para cruzar los 500 metros del puente Carlos IV, o sentir que al queso del aire en la plaza de la Ciudad Vieja le faltan los agujeros de la circulación. Sin embargo, nada de esto consigue empañar su condición de ciudad mítica.
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