Los faros, orgullosos y a la vez tímidos; las casitas, lindamente pintadas; los pequeños puertos pesqueros, al borde o próximos al océano Atlántico; el cielo, gris o azul, aunque siempre concentrado, y, sobre todo, la brisa salada e inconfundible -con sabor a mares nórdicos, como si, furiosa por su impacto, lamiese sin cesar la costa-, hacen de esta zona continental francesa casi una isla. Un lugar particular y único. El departamento de Finistère.
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