A veces forman una pareja apasionada: a los arquitectos les gusta el vino y los viticultores consiguen hablar alto gracias a la arquitectura. Pero los matrimonios de conveniencia están empezando a lastrar esta curiosa relación. La arquitectura-anuncio de aires rompedores, que sorprendió en La Rioja con bodegas como las de Frank Gehry para Marqués de Riscal o las de Santiago Calatrava para Ysios, convive últimamente con el pastiche neotradicional por el que han apostado bodegas como Arzuaga, en Quintanilla de Onésimo, en la Ribera del Duero. Por eso es meritorio que, en ese panorama de excesos y extremos, alguien se haga escuchar sin tener que gritar.
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