Dicen que la única forma de conocer un lugar no es visitarlo, sino vivir en él. El turismo vacacional tiene siempre algo de carroñero y de fragmentario. Se ven ruinas, se merodea por las casas de la gente para espiar cómo viven y se examina la gastronomía o el folclore, pero no se llega nunca a la entraña. Esa insuficiencia, además, se hace más notoria cuando en el lugar que se visita permanecen aún, entreveradas, las sombras de otras épocas, el rastro de espíritus y de costumbres atávicos. Así es Cuzco: tiene, como los grandes bloques de piedra de la arquitectura inca, muchos ángulos que no pueden verse, pero que encajan entre sí a la perfección, oscuramente, en el interior del muro.
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