Si alguno de los habitantes de Pasai Donibane nos dice que vive en el número ocho, lo normal sería preguntarle la calle. Esto no es necesario aquí y la razón es muy simple: no hay más que una. La delgada franja de tierra que la ladera de la montaña cede a la costa no ofrece alternativas. Así, desde su construcción en épocas medievales, el poblado ha tenido muy pocas oportunidades de crecer o transformarse. Lo que era es lo que es, una calle serpenteante de piedra y madera a orillas de la cual se reparten espontáneas las coloridas casas de los moradores.
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