Sobre la autopista que comunica Roma con Florencia, Orvieto surge de improviso. En un instante, a la izquierda, la silueta de la meseta volcánica con la ciudad domina toda la vista. Nada sobresale: sobre la cumbre alargada, los edificios parecen continuar las rocas; la línea de las murallas es una sólida pincelada pardo oliva un poco más brillante que las piedras y, por encima, los volúmenes de las casas se expanden con las mismas tonalidades, como si todo se hubiera puesto de acuerdo en armonizarse, excepto, quizá, el frontón de la catedral asomado a un ángulo. En Orvieto se refugió Clemente VII tras el saqueo de Roma por las tropas de Carlos V, y, para proveerse de agua, encargó la construcción del Pozo de San Patricio, destinado a convertirse en una obra maestra de la ingeniería del siglo XVI.
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