Bajar por la Gran Vía desde Anoeta hasta El Arenal, dejar a un costado las calles que se asoman a la ría con sus antiguas naves fantasmales y vacías, pasar la plaza de Moyúa, sus hoteles y sus elegantes tiendas, seguir por la peatonal hasta alcanzar el puente que comunica con el Casco Viejo y sentir en el camino las sucesivas transformaciones; ya en un primer vistazo Bilbao exhibe su rudeza, su pasado de puerto industrial que evoca aromas de acero hirviente. Si San Sebastián hace pensar en una elegante señora francesa, Bilbao lleva en la sangre su estirpe de puerto británico, su historia sedimentada de altos hornos y astilleros.En los últimos veinte años Bilbao se ha transformado completamente.
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