Desde su pequeño enclave territorial atrapado entre el gigante argelino y el mar, Túnez destila mezcolanzas mediterráneas, promiscuidades culturales. No son pocos los tunecinos que se enorgullecen de su origen andalusí (los tunecinos se enorgullecen de casi todo, y es cierto que los Tarifa o El Andolsi menudean), pero el melting pot intercultural no acaba ahí. A cartaginenses y romanos se sumaron con el tiempo árabes, turcos, españoles, italianos y franceses, que enriquecieron aún más si cabe la idiosincrasia bereber. En la capital, esto es muy palpable en la medina, una de las más bellas del mundo islámico, Patrimonio Mundial por la Unesco y en plena efervescencia restauradora.
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