Cuando alguien se dio cuenta de que entre ángeles trompeteros, cresterías, pináculos y evangelistas se había instalado un gato, las autoridades decidieron que el asunto había llegado demasiado lejos. Había que restaurar la fachada y desalojar palomas, vencejos, avispas y todos los demás animales, gato incluido, y devolver a San Pablo todo su brillo. El problema, claro, era el de la visibilidad.
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