Conocer en otoño el patrimonio farero que antaño marcaba rutas balleneras y bacaladeras le da la auténtica esencia a la costa vasca. Qué mejor paraje que estas ayudas a la navegación encaramadas a promontorios, ligando a la perfección sus 246 kilómetros de litoral salpicados de cabos bravíos, frecuentemente envuelta en brumas, con las luces salvadoras de la costa. Aun no siendo visitables, cualquiera puede acercarse a parajes en los que sólo a estas torres luminosas les está permitido romper la faz natural. "En octubre, la temperatura sigue moderada, pero ya vienen avisando los temporales de la mar con el noroeste buscando clientes para las peluquerías", vaticina Cristina García-Capelo, farera de Machichaco.
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