Desde hace más de un lustro, casi escondido en un rincón de la plaza Real de Barcelona, trabaja este desenfadado restaurante que atrae a una clientela variopinta. Al mediodía, cuando sus comedores se atiborran de profesionales y turistas, se imponen sus tres menús, que se despachan a buen ritmo sobre manteles de papel y sin contemplaciones excesivas. Por las noches, justo cuando su ambiente se torna más bohemio y sosegado, cobran valor las especialidades de su carta, repleta de platos españoles con preponderancia de los catalanes y ciertos detalles orientales. Sus responsables, Berta Muñoz, directora de sala, y Víctor Izquierdo, cocinero, parecen empeñados en revivir la memoria histórica de los sabores ibéricos.
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